13 de febrero de 2012

“Dadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”

¡Qué pronto se olvidó la Iglesia de esta máxima pronunciada por el propio Jesucristo! Olvidó (o quiso olvidar) separar los temas mundanos, los temas terrenales, de los temas espirituales o caritativos. Mezcló, en las funciones que consideraba suyas, los cuerpos, las almas y las mentes de sus feligreses (y de los que no lo son). 
Entiendo que, en los comienzos de la Iglesia, esa necesidad de “poder” fuera no sólo necesaria, sino vital. Pasar de ser perseguida a convertirse en la religión oficial del Imperio Romano daba una seguridad al culto que hasta entonces no había tenido. Eso fue positivo, no lo vamos a negar, pero fue entonces, ya desde los principios, cuando Iglesia se empezó a meter en política. Y serán pocos los que no coincidan conmigo en pensar que la política corrompe. ¿Se corrompió la Iglesia con ese poder que alcanzó? No me voy a meter en ello, pues no conozco los suficientes datos como para condenar o perdonar a la Iglesia corrompida. Lo que sí es cierto es que, desde entonces, Iglesia y política han estado ligadas, de manera más o menos obvia. Hemos pasado de uniones claras y evidentes a la nueva interrelación Iglesia-Estado, más sutil pero no por ello menos verdadera.

En mi opinión, se debería hacer más caso a la frase que titula este artículo. “Dadle al César lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios”. Iglesia y política deberían ser cosas completamente autónomas, pues mezclar la una con la otra pervierte e impide el buen ejercicio de ambas. La Iglesia (u otras actitudes religiosas) impide la correcta acción de la política, pues coarta muchas opiniones o acciones políticas. Pongamos como ejemplo a Alfonso Alonso, portavoz del PP en el Congreso, que está a favor de los matrimonios homosexuales pero, al ser el partido que representa inminentemente católico, debe apoyar la inconstitucionalidad de llamar “matrimonio” a la unión de dos personas del mismo sexo. Y no es el único. En el otro lado, la política degenera la acción que debería tener la Iglesia, la hace inmiscuirse en asuntos del César; pidiendo la aplicación de ciertas normas que considera importantes para la educación moral de los pertenecientes a su culto y olvidando que la política está al servicio (o debería estar) al servicio de todos los ciudadanos, entre los que hay cristianos, ateos, musulmanes, agnósticos, judíos, deístas… en definitiva, un enorme espectro de creencias, incluyendo gente que ni siquiera le da importancia a la religión.

En la actualidad, encontramos fácilmente esa unión Iglesia-política. La vivimos día a día en forma de ideas preconcebidas, pero que tienen una base real. ¿Cuántos creyentes devotos votarían a Izquierda Unida? Serán pocos, pues los partidos de Izquierdas en general tratan de posicionarse en contra de la Iglesia. ¿Por qué? Si la Iglesia no tuviera nada que ver con la política, si los partidos de izquierdas dejaran de atacarla simplemente por el hecho de ser la Iglesia, o si se dejaran de apartar nuevas ideas políticas porque parece que vienen de un sector católico… Eso sí sería verdadera política, una política pensando en el ciudadano, y no una política pensando en –simplemente– atacar a la Iglesia. Además, utilizando un argumento un poco falaz, las ideas traídas por el cristianismo, unas ideas de ayudar al prójimo, ideas de igualdad, compartir los recursos… son unos aspectos que podrían tildarse de “socialistas”, ¿no? Es cierto que esto es matizable, (no se me echen al cuello), pero la idea que quiero mostrar es que resulta casi “paradójico” que un católico vote a Izquierda Unida, no por las políticas de ésta, sino por, en definitiva, la institución que es la Iglesia.

En el otro “bando”, igual. En España se da por hecho que los políticos del PP son católicos, cuando ya se está demostrando que no tiene por qué ser así. Pero, los que no lo son, son tratados como algo extraño. E incluso a la Iglesia le molesta (que cierta política sea madre soltera, por ejemplo), le molesta cuando no debería hacerlo. ¿Es acaso la Iglesia la que gobierna el Partido Popular? ¿Es la Iglesia el ente que le da unión al PP? ¿Una persona atea pero que crea que determinadas políticas económicas son mejores que las de otros partidos, está de más en el Partido Popular? Esta indefinición entre la política y la Iglesia no ha dependido sólo de esta última, por supuesto. Desde el principio, al convocarse elecciones, el PP cuenta con los votos de la inmensa mayoría de los católicos practicantes. Muchos de ellos no votan porque comulguen con sus ideas económicas o políticas (las cuales, de todos modos, son cada vez más desdibujadas ideológicamente), votan por que son católicos y “saben” que el PP “respetará a la Iglesia”. ¿Respetar a la Iglesia? Ni siquiera deberíamos pensar que otro partido no iba a hacerlo. Si la Iglesia fuera un ente separado de manera total del Estado o el Gobierno, esta no se daría. La Iglesia se dedicaría a la noble tarea de salvar las almas de los que creen en ella, en lugar de “meter baza” en otros asuntos. Ya se indignó Jesucristo al ver a los cambistas en el Templo de Jerusalén, el templo de su Padre. “¡Estáis pervirtiendo la casa del señor usándola como mercado!”. ¿Qué pensaría Jesús sobre en lo que se ha convertido la Iglesia? Que los obispos escriban pastorales a sus fieles, pero que no impongan ni presionen a los partidos. Que los no creyentes dejen de leer esas pastorales (después de todo, no van dirigidas a ellos) y que dejen de indignarse ante lo que dicen o dejan de decir. Separemos, por favor.