17 de noviembre de 2011

Pluralismo informativo. Poder de los medios. ¿Quién debe controlar a los medios?

1. Pluralismo informativo. Poder de los medios. Control de los medios.  Debate sobre el pluralismo informativo. ¿Quién debe controlar a los medios?

El que los medios albergan un gran poder es una idea que pocos todavía refutan. Sabemos que esos medios de comunicación, ya sean en papel o en cualquier otro soporte, cumplen varias funciones básicas en la sociedad. Las principales pueden ser informar y mostrar, pero también tienen funciones más argumentativas, como crear una opinión (pública). Es ese poder el que suscita dudas morales.
¿Es lícito que los medios, en su falta de objetividad (pues no debemos olvidar que el periodista no es una simple máquina que reproduce la realidad; la subjetividad es algo inherente en el proceso noticioso) puedan educar una opinión en el público que los ve? Si esa educación es “buena” y se acerca a los valores que el que se hace la pregunta posee, la respuesta sería un claro sí. Pero, si esos valores que el medio transmite son contrarios a los suyos, puede que se alce en contra de ese poder que los medios  –casi por el hecho de ser medios– tienen.
Pluralismo. No todos piensan igual, y no todos quieren escuchar/ver/leer lo mismo. En una sociedad educada, (en ambos sentidos de la palabra), no debería existir problema en ello. Cada uno respeta a los demás. Pero, el gran problema es que no somos exactamente una sociedad educada. Hay programas basura que “des-educan” a los espectadores (y decimos esto desde  nuestra opinión, la cual es perfectamente refutable por cualquier otro), programas también que son demagógicos, programas de todo tipo. Y eso no nos gusta. Hete aquí la trampa. Se quiere un pluralismo (en un alarde de libertad) pero luego se opina que hay programas que no deberían ver la luz, basándose en el enorme daño que pueden causar (y causan) gracias a ese poder que tienen.
¿Se debería pues controlar a los medios?

La respuesta que encontramos es relativamente ambigua. Muchos autores –como por ejemplo  Ignacio Bell Mallén en su libro Derecho de la Información– opinan que sí, deben estar regulados, por una legislación clara que recoja multitud de aspectos para que ninguna duda acometa al profesional de la información.
Nosotros podemos estar de acuerdo en ese aspecto, pero queremos dejar claro que el Estado no debería regular los medios en ningún aspecto pues nos surge la pregunta: ¿quién controla al que controla? Si el Estado tiene el poder absoluto, mediante leyes y decretos, para decidir qué puede decirse y qué no, es bastante obvio que, pese a todas las buenas intenciones que pueda tener al principio, acabará cayendo en el deseo de utilizar dicho poder en su beneficio, “por el propio bien de los ciudadanos”.
La respuesta que encontramos nosotros es la opción de una autorregulación por parte de los propios medios entre sí. Ignacio Bell Mallén también recogía esa posibilidad explicando cómo se expresó el Congreso de Europa en febrero de 1970 sobre los medios de comunicación y derechos del hombre: “Que la independencia de la prensa y de los otros medios de comunicación de masas cara al Estado debe estar inscrita en la Ley”
Volvamos pues a la autorregulación entre los mismos medios de comunicación. Si un programa emite contenidos “malos”, la propia competencia debería crear contenidos de mejor calidad para atraer al público y alejarlo de la primera programación.
Pero, para que esta forma de autocontrol y competencia pueda funcionar, se debe confiar en la profesionalidad del periodista. Se puede pensar que así sería sencillo para los medios caer en un amarillismo pero, para los más aprensivos hacia esa autorregulación, se podrían establecer unos límites generales, unas directrices, y luego dejar hacer a los medios. Sería una regulación, en todo caso, por un consejo audiovisual.
Educación es dónde se debe apostar. Educación tanto del que maneja la comunicación como del propio sujeto que la recibe. Una persona educada tendrá una opinión formada, una mirada crítica, y será capaz de discernir lo que le parece adecuado para él. Y si el público es capaz de hacer eso, los programas de baja calidad moral perderían poco a poco su público, o, si no se diera esto, sólo mantendrían un público que realmente quiere ver ese tipo de programación.
Como dice Juan José García Noblejas en su libro “Medios de conspiración social”, citando a su vez al “El pensar y las reflexiones morales” de Hannah Arendt: “No pensar es peligroso. Pensar es una actividad vital para todos, […]. Pero pensar, como recuerda Arendt es una actividad peligrosa, […] si bien tiene efecto liberador de la mayéutica política.” No sólo de la mayéutica política, podríamos decir, sino también de cualquier otro tipo de demagogia que encontremos –muy a nuestro pesar– en los medios de comunicación. Volviendo a citar a García Noblejas: “Sin un examen crítico, no pocas veces terminamos por adquirir, sin decidirnos, valores, códigos y reglas de conducta irracionalmente”.
Pero, sí que se deben poner unos ciertos límites para proteger de ese adquirir irracional a los que todavía no tienen una opinión formada ni capacidad apenas de discernimiento, es decir, los menores. Aunque en nuestra humilde opinión los menores no deberían ver tanto la televisión sino que deberían dedicarse a otras cosas, en el mundo actual está claro que consumen televisión, y mucha. En los límites generales de los que antes hemos hablado, la regulación para proteger al menor debería quedar clara. Un horario infantil o canales infantiles. Pero, no debemos olvidar que también es responsabilidad de los padres (no sólo como padres amantes, sino como educadores que se comprometieron a ser al tener al niño) controlar de alguna manera lo que el pequeño ve.
En cuanto a la formación del profesional, en este entorno que dibujamos aquí es aún si cabe más necesaria. No cualquiera debería entrar en el mundo profesional de la comunicación, antes debería pasar por un proceso que no sólo le otorgue los requisitos técnicos, sino que le inculque la necesidad de una calidad y ética en los contenidos.
Hablamos aquí de responsabilidad de los profesionales de la comunicación, y citamos al libro “Derecho de la Información” de Ignacio Bell Mallén: “La responsabilidad constituye el tercer rasgo [vocación y formación los otros dos] del profesional de la información”. Derecho de la Información, Ignacio Bell Mallén 159. “La base de esa responsabilidad está en el propio servicio que el profesional realiza en la sociedad, a la cual sirve”. El mismo autor expresa que esa responsabilidad no debe darse sólo en el aspecto jurídico, sino en el ético.
Es clave pues la educación del profesional, una educación que incida en esa necesaria responsabilidad que tiene, pues es grande el poder que reside en sus manos. Pero, si se diera el caso de que dicho profesional no utilizara de buena manera los criterios periodísticos o si quiera personales, el resto de los medios deberían mostrarlo y ser ellos los que, con su reacción propiciada por esa acción, lo apartara del mercado. Autorregulación.
Otro problema que podemos encontrar en este entorno de autorregulación y libre competencia es la previsible falta de contenidos culturales (o parecidos) que dejarían de crearse ya que “no venden”. Aquí es dónde entraría la televisión pública. La televisión pública (entendida como de todos los ciudadanos, no como la televisión estandarte del Gobierno) se debería encargar de todos esos programas y contenidos que las privadas desestimen pero que puedan servir para la educación del público y también debería reflejar de manera adecuada la diversidad de toda la población. Aunque aquí encontramos algo que ya hemos mencionado antes, la necesidad de un pluralismo informativo claro, que recoja todo el espectro tanto de mayorías como minorías. Aún así, si alguna no encontrara reflejo, la televisión pública podría encargarse de ello. Si la televisión pública terminara colocándose fuera del radio de la competencia de las privadas, se solucionaría también una de sus crisis, la de identidad, pues quedaría claro su papel, el cual nadie podría cumplirlo de igual manera (pues las privadas se verían coartadas por la necesidad de beneficios económicos). Y con la solución de la crisis de identidad, encontramos la solución a la crisis de legitimidad.

Creemos pues que el pluralismo en los medios es vital, pero que si alguien debe controlarlos, desde luego esa función no correspondería al Estado, sino a una autorregulación de los propios medios, basada en la responsabilidad de unos profesionales bien educados.

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